jueves, octubre 19, 2006
Otoño
Otra vez es Octubre y Otoño regresó a la Ciudad. Ella tocó a mi puerta con golpes suaves, cuando abrí, la reconocí, pero no dije nada, ella miró mi ropa de arriba abajo e hizo un leve gesto de sorpresa. La miré yo también y me di cuenta que yo me había puesto ropa de verano.
Ella venía con su ropaje dorado y castaño, descalza para sentir las hojas caídas a sus pies, con un viento que la seguía como perrito faldero, y eso era en realidad, un perrito que jugueteaba con remolinos de hojas y soplos que tiraban las pocas hojas verdes que quedaban en los árboles. Cuando ella caminaba dejaba una estela de hojas de oro y cobre que formaban un camino frío y que eran la constancia de haber estado en su presencia.
Con la mirada me advertía del inminente arribo del viejo y religioso Invierno y me invitaba a disfrutar aún los días frescos y el sol brillante de su propiedad, en una reunión pagana de celebración a la naturaleza y de preparación para recibir las almas de los muertos y darles la bienvenida a la vida otra vez. Octubre y Noviembre tienen días especiales para eso.
El Sol muere un poco cada año –decía mirándolo caminar en el cielo– y Madre Natura se recoge en sí misma para retornar más bella y sana, como Perséfone, en la Primavera. Yo soy la guardiana de la breve luz y heraldo del Invierno, es un monarca suave y yo tengo tiempo de caminar mientras agito las copas de los árboles y recibo su lluvia vegetal.
Al mirarla juguetear en el jardín me recordaba aquellas Diosas celtas o las hadas de Britannia. Ella, al darse cuenta que yo comenzaba a pensar e intelectualizar, dio media vuelta y rápidamente huyó de mi vista, dejando un perfume de aire fresco y la señal lumínica de su presencia. ¿A dónde fuiste Hermosa Otoño?
Autor: Mi amigo Johnny
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